Ha dolido mucho y se siente la muerte del presidente Hugo Chávez

Lo testimonian las multitudinarias demostraciones de pesar del pueblo venezolano, así como las diferentes e innumerables manifestaciones de solidaridad y condolencias expresadas por diferentes jefes de Estado y de gobierno, partidos políticos y organizaciones sociales de diverso género tanto de la región como del mundo entero.

En lo que va corrido del siglo, ningún acontecimiento ha suscitado al mismo tiempo tanto dolor e interés como la muerte del Presidente venezolano. Lo que por sí solo revela la dimensión real del personaje. En vida, fueron pocos los que supieron apreciar y valorar el verdadero talante de su figura.

Y muchos debieron esperar hasta su muerte para poder entrever que era mucho más que un presidente pintoresco y lunático, como lo imaginaron siempre hasta el día de su muerte.  Muerto Chávez, los medios de comunicación que lo despreciaron y caricaturizaron hasta el cansancio, apenas cobran conciencia de que su presencia en la política venezolana vino a significar el inicio de una nueva era en el continente americano.

Por todo esto, es inevitable preguntarse la razón por la que Chávez llegó a significar tanto no sólo para los venezolanos sino también para el conjunto de los latinoamericanos, e incluso para sectores políticos de otras latitudes.

Algunos creen hallar la respuesta a esta pregunta en el carisma del Presidente. Y ciertamente tendrá que admitirse que fue éste un factor decisivo que le permitió construir y conservar hasta último momento un liderazgo indiscutido tanto en su país como por fuera de él.

Su personalidad arrolladora e incontenible, así como su natural facilidad para liberarse de esquemas y protocolos rígidos y embarazosos, fueron el sustento de una diplomacia que le posibilitó abrirle nuevos mercados al petróleo venezolano, ganar aliados en el ajedrez de la política internacional y jugar un rol destacadísimo en los proyectos de integración en América Latina y el Caribe.

Como ningún otro dirigente, demostró tener además una especial capacidad para interpretar la idiosincrasia y el sentir de su pueblo. En sus discursos de plaza pública o en sus alocuciones de radio y televisión, usó siempre un estilo y un lenguaje llano y sencillo para comunicarse con las masas.

Tenía la habilidad de facilitar la comprensión de los más variados temas de la política nacional e internacional por complejos que éstos fueran. Todo ello facilitó la enorme empatía que existió siempre entre él como figura política y el pueblo que lo seguía y apoyaba. La misma que utilizó como medio para educar y elevar el nivel de conciencia y compromiso político de los venezolanos.

Por eso, casi todo el mundo conviene en aceptar que las cualidades excepcionales de la personalidad del presidente Chávez constituyeron factor primordial para lograr que las ideas básicas de su proyecto político tuvieran una legitimidad incuestionable entre los trabajadores, clases medias y sectores populares, como lo demostró el hecho de haber ganado en forma inobjetable seis elecciones generales en catorce años.

Sin duda alguna, los rasgos distintivos y remarcados de la personalidad del presidente Chávez harán de él un dirigente político inolvidable para los pueblos de la región y factor influyente en la configuración de una nueva era en el continente, la era del renacer de la esperanza, como la han llamado muchos.

Pero como dicen los que saben de estas cosas, Chávez no hubiera sido Chávez si determinadas circunstancias históricas no se hubieran dado, y al revés, probablemente tales circunstancias no hubieran tomado el curso que finalmente tomaron durante este período si una personalidad como la de Chávez no hubiera estado en el puesto de comando del proceso que las encausó.

Es un asunto de perspectiva de análisis, según la cual así como la historia no puede ser asumida como el producto de una realidad objetivada, libre de la intervención del sujeto, tampoco éste, por providencial que sea, tiene la capacidad por sí sólo de génesis alguna prescindiendo de las circunstancias en las que vive y actúa.

La sabia advertencia de que la historia, y con ella los individuos que la hacen y narran, nace de la fortuita convergencia de factores objetivos y subjetivos en ella presentes, así como de la determinación recíproca de unos y otros, conduce entonces a que se explore el tema a partir de la revisión de otros registros, sin desechar desde luego el referido a la personalidad carismática del presidente Chávez.

Chávez fue elegido Presidente de la República por primera vez en 1998, casi diez años después del caracazo, un estallido social espontáneo de los trabajadores y las barriadas pobres y suburbanas de Caracas contra las políticas neoliberales que el entonces presidente Carlos Andrés Pérez se aprestaba ejecutar con la asesoría del FMI y el BM.

La insurrección urbana del 26 de febrero del 89 fue duramente reprimida con la intervención de la fuerza pública, la supresión de las libertades y la persecución de los dirigentes sociales y políticos que la estimularon. Y así como dejó un alto número de muertos, logró desnudar la aguda crisis social por la que pasaba Venezuela en ese momento, así como la aguda crisis de legitimidad de los partidos gobernantes de la época, el socialdemócrata AD y el democratacristiano Copei, que oficiaban parejos como agentes políticos de la alianza entre las oligarquías criollas y el capital internacional.

Pero igualmente puso de presente una profunda crisis de dirección política de la izquierda tradicional venezolana y el movimiento sindical agrupado en la Central de Trabajadores Venezolanos controlada entonces por los socialdemócratas, factores estos que agudizaban el drama de las masas populares que espontáneamente tendían a rechazar el programa económico de los sectores dominantes pero sin hallar la mejor vía para hacerlo.

Pero Venezuela era apenas una muestra de lo que venía ocurriendo en el mundo entero y particularmente en América Latina en la última década del siglo veinte. El giro radical hacia la derecha de la situación política mundial que se inaugura con la caída de la Unión Soviética y el triunfo de los Estados Unidos en la guerra fría, viene a coincidir en el continente con el fracaso electoral de los sandinistas en 1990 y la derrota de la insurrección armada en El Salvador y Guatemala.

La entrada en vigencia del acuerdo de libre comercio de los Estados Unidos, Canadá y México en 1994, así como la imposición del modelo neoliberal en casi todas las economías de la región, constituyen los hechos más significativos que contribuyeron a cambiarle el rostro al continente americano. Ni el movimiento sindical de la región, ni los nuevos y variados movimientos sociales de entonces tuvieron la fuerza suficiente para contener la arremetida neoliberal.

Puestos a la defensiva, progresivamente fueron perdiendo fuerza y conquistas en la medida en que se afianzaba la hegemonía del mercado. El panorama de la izquierda no era menos desolador; a la derrota de los sandinistas y del FMLN salvadoreño se sumó la incapacidad inicial del PRD mexicano, el PT brasileño y el Frente Amplio uruguayo de contener la ofensiva ideológica y política de la derecha neoliberal. Para entonces la socialdemocracia y el populismo latinoamericanos habían ya capitulado. La nueva ideología aparecía imbatible, y la sensación de derrota y postración de la izquierda y los trabajadores del continente reforzaba la desmoralización en sus filas. En ese momento, al parecer, no había lugar para el optimismo y la esperanza.

Y la esperanza es lo último que se pierde, dicen por estas latitudes. Y algo debe ir de este decir al principio esperanza de Ernest Bloch.  En una acepción aproximada a la del filósofo alemán y entendida como los impulsos de diverso género que alimentan los sueños de una vida mejor, la esperanza habrá de permanecer siempre en el fondo de los grandes procesos históricos en espera de ser activada, a pesar de las derrotas o los reveses  transitorios.

Y esto quizás es lo que ha ocurrido en el continente con las más variadas formas de resistencia que los de abajo le han ofrecido a las pretensiones del mercado y su ideología. El caracazo y la posterior presencia de los zapatistas en Chiapas, así como las formidables movilizaciones de indígenas en Ecuador y Bolivia constituyen las manifestaciones iniciales de esta resistencia variopinta y multiforme que se fue expandiendo por toda la región, signos vitales de la esperanza de los abajo en un mundo mejor, desdoblándose varias de ellas en movimientos políticos alternativos con vocación de poder.

En este contexto, la presencia política de Hugo Chávez fue definitiva. Y fue definitiva no sólo porque llegó y actuó en forma acertada en una coyuntura particularmente crítica del proceso histórico de Venezuela y  de la región, sino además porque su presencia se constituyó en factor precipitante del curso posterior de los acontecimientos.

La crisis social y política generada por la aplicación de las políticas neoliberales dio lugar a que en varios países del continente la resistencia de masas desembocara en levantamientos populares y situaciones  prerrevolucionarias e incluso revolucionarias.  Pero la ausencia de direcciones políticas preparadas y experimentadas impidió que tales situaciones desembocaran en clásicas rupturas revolucionarias,  teniéndose que ensayar como sustituta la vía tortuosa de la institucionalidad democrático liberal para la realización de los cambios sociales y políticos que los levantamientos populares exigían.

El primero en comprenderlo e iniciarlo fue Chávez, quien aprovechando la bancarrota del establecimiento político venezolano y el auge de la protesta de masas obtuvo un contundente triunfo electoral en 1998, cuando fue elegido Presidente de la República por primera vez. La vía ensayada por Chávez sirvió de ejemplo y fue seguida en los años siguientes por la izquierda de países como Brasil, Uruguay, Chile, Bolivia, Ecuador, Nicaragua y Paraguay.

Chávez  llega a la Presidencia de la República con un programa democrático y nacionalista, de justicia social y de restauración moral de las instituciones y las costumbres políticas, que generó una enorme expectativa popular y produjo de inmediato una polarización social y política de clases radicalizada cada vez más.

Lo primero que hizo fue propiciar un reordenamiento institucional del Estado a través de una Asamblea Nacional Constituyente de elección popular y la adopción de una nueva Constitución Política. Conservando la estructura básica del Estado democrático y liberal de derecho instauró formas de democracia directa y garantías en el ejercicio del sufragio universal que han significado una presencia real del constituyente primario en el control del poder público, iniciando con ello el tránsito de la república oligárquica y burguesa a la república democrática y de masas. Parejo con esto, Chávez liberó al país de la férula del FMI y el BM.

Propició un control efectivo de la renta petrolera por parte del Estado, lo que en verdad significó una real y efectiva nacionalización del petróleo venezolano,  que le permitió financiar un amplio programa de reformas económicas y sociales en beneficio de los sectores más pobres y marginados de la sociedad. Con el apoyo y la movilización de los trabajadores y el pueblo enfrentó la intromisión y prepotencia imperialista de los Estados Unidos y otras potencias, así como la ofensiva y los intentos de saboteo de los inversionistas extranjeros. Su programa económico incluyó la nacionalización de los sectores clave de la economía y la expropiación de diferentes empresas de capital nacional y extranjero, muchas de las cuales pasaron a control del Estado y de los trabajadores.

Durante catorce años de ejercicio del poder, Chávez propició una derrota política inobjetable y un debilitamiento fundamental de los factores reales de poder del establecimiento burgués. Demostró que era posible gobernar la economía y mejorar sustancialmente el nivel de vida de la población sin necesidad de entregarse a la hegemonía del mercado. De su mano, los trabajadores y el pueblo raso cobraron presencia social y política como nunca antes se había visto en Venezuela. Pero eso no fue todo. Chávez asumió el proceso venezolano como parte de la gesta libertaria del continente.

De ahí su internacionalismo militante, expresado en el respaldo entusiasta e incondicional a los nuevos gobiernos de izquierda y progresistas de la región. Con todos ellos fue solidario y practicó una diplomacia de ayuda y hermandad. La misma que desde un principio había seguido con Cuba y otros gobiernos del Caribe. Lo que le permitió jugar un papel protagónico en la disputa por la hegemonía política en la región. Sin Chávez no hubiera sido posible la constitución de instituciones como Unasur, el Banco del Sur, el Alba y la Celac, con lo cual buena parte de América Latina y el Caribe ha empezado a transitar por la senda de su integración, logrando autonomía y presencia en el escenario internacional, haciendo realidad el sueño de Bolívar y Martí.

La presencia de Chávez en el escenario político venezolano y latinoamericano ha sido pues decisiva en virtud a que, en el momento oportuno y sin dudar un instante, se atrevió a marcar una ruta no sólo para llegar a las posiciones de comando del Estado y del gobierno, sino también para desatar los procesos de transformación social y política que están en curso. En un momento crítico y crucial para Venezuela y el continente, Chávez logró convencer a su pueblo y al conjunto de los pueblos de América Latina de que el mercado no era una fatalidad y que es posible la construcción de alternativas al capitalismo.

En una relación de doble vía, los pueblos de la región entrevieron que con Chávez la esperanza renacía…  Y justamente aquí radica la grandeza histórica y política de Hugo Chávez. En haber rescatado y reactivado la esperanza de estos pueblos en un futuro mejor, cuando la ofensiva neoliberal parecía haberlo devastado todo. Como el Ché en su momento, Chávez no dudó en nombrar esa alternativa, la de la esperanza rescatada, como socialista. Socialismo del siglo veintiuno, diría él. Desde entonces la izquierda latinoamericana vive un inusitado y renovado interés por los problemas de la revolución y el socialismo, por los temas del programa, la estrategia y la táctica revolucionaria, los asuntos del partido, las alianzas, el sujeto de las transformaciones y otros temas que la revolución bolivariana y la de otros países de la región han sacado a flote nuevamente.

A un lado debe quedar, sin embargo, la tentación de considerar a Chávez un líder providencial, como han querido presentarlo muchos. Chávez sencillamente fue producto de las especiales circunstancias históricas por las que pasaba Venezuela y el continente en los momentos en que él entró en escena. Como ningún otro dirigente, supo conectarse con esas circunstancias; las leyó, las interpretó y concluyó que estaban maduras y propicias para precipitar saltos cualitativos en el curso histórico de su país. Actuó en consecuencia. Lucidez política o intuición, no se sabe. Tal vez una mezcla de las dos.

Y la reflexión es pertinente en atención al hecho de que no actuó solo ciertamente, pero el núcleo de dirección que lo acompañaba apenas estaba en formación y era él la figura política de mayor peso y el líder indiscutible del grupo, por su invocación permanente al pensamiento y figura del Libertador, por su rango de ex militar y por su carisma personal. Su estrecha y permanente relación con Raúl y Fidel Castro reforzaba este desempeño.  La incuestionable preponderancia de Chávez en el núcleo de dirección que lo acompañó en las etapas iniciales del proceso, incluso después de la formación del PSUV, merece una reflexión adicional.

Sea lo primero decir que los alcances históricos del proyecto de Chávez, es decir, su opción anticapitalista y por el socialismo revolucionario, es una construcción que nace y se perfila como producto de la lucha social y política que debió enfrentar para vencer la resistencia de la oligarquía venezolana y del capital internacional. Desde muy temprano este enfrentamiento dio lugar a una polarización social y política de fuerzas, situación esta que se ha venido resolviendo por la vía de la radicalización del proceso iniciado, antes que por la conciliación de clases o reconciliación con sectores del establecimiento.

En este contexto, lo que se observa durante ese período de catorce años es una permanente evolución ideológica y política de Chávez hacia posiciones cada vez más radicales y anticapitalistas con proyecciones históricas. Así, la última fase de su periplo vital estaría marcada por un bolivarismo militante abierto a un marxismo renovado y en diálogo con un cristianismo liberador. Qué tanta sincronización existió entre el desarrollo que mostró el líder y la evolución que pudo tener el resto de la dirección, no se sabe.

De cualquier manera, lo que sí parece ser cierto es que las deficiencias o debilidades que pudo tener el núcleo de dirección colegiada, fueron siempre suplidas por las capacidades y el carisma del Presidente. Desaparecido el líder de la revolución, el pueblo venezolano y latinoamericano espera que la dirección que le sobrevive tenga su misma capacidad para evolucionar conforme a las exigencias políticas del proceso en curso.